
La historia de la vitivinicultura en Grecia se remonta a tiempos muy antiguos, ya que resulta bastante evidente que el cultivo de viñas y la elaboración del vino ya se habían implantado de forma generalizada en este país durante el siglo VIII a.C.
La obra de Hesíodo Los trabajos y los días, que probablemente fue escrita a finales de dicho siglo, constituye la primera descripción detallada de la agricultura griega y en algunos pasajes se menciona específicamente métodos de cultivo y recolección de las uvas y producción de vino.
Aunque la producción de esta bebida probablemente comenzó en el entorno de la típica granja familiar, que cubría las necesidades básicas de sus propietarios (trigo, aceitunas y vides), el crecimiento de las principales ciudades-estado como Atenas, Tebas, Argos y Esparta significó un incremento importante en la demanda de bebida y es posible conjeturar que en las cercanías de estas ciudades se establecieron por primera vez viñedos y viticultores especializados en la producción de distintos tipos de vino.
En siglos posteriores, debido a una mayor demanda urbana, algunas zonas mucho más lejanas, como la isla de Tasos al norte del Egeo también se especializaron en la producción vinícola.
En cuanto a los tipos de vino preferidos por los antiguos griegos, en la literatura existen registros de la producción no sólo de vino seco, sino también de numerosos vinos dulces. Uno de los vinos dulces más famosos es el que menciona Homero en la Ilíada (vino pramnio), y parece ser que se elaboraba a partir de uvas pasas. La isla de Lesbos también gozaba de renombre por la producción de otro vino dulce elaborado a base de pasas asoleadas y conocido con el nombre de onfacita. En cuanto a los vinos secos, por regla general los antiguos griegos añadían a sus vinos toda una serie de sustancias aromatizantes o clarificantes, incluyendo agua de mar, especias, miel y resina. Es probable que algunos de estos ingredientes se añadieran para disfrazar el sabor de vinos que se estaban avinagrando, mientras que otros se utilizaran como conservantes. Como veremos posteriormente, tanto la producción de vinos dulces como la adición de sustancias como resina a los vinos secos, son prácticas habituales en la Grecia moderna.
Por último, para terminar con esta breve reseña histórica, quisiéramos mencionar el importante papel que tuvo Grecia en la introducción de la vitivinicultura en países que hoy en día se encuentran entre los mayores productores. En el territorio de la actual Italia, los griegos fundaron Cumas (cerca de Nápoles), Siracusa y Mesina (en Sicilia), y estas colonias desarrollaron con rapidez la práctica de la viticultura.
Parece ser que los etruscos del norte de Italia introdujeron las vides en la Toscana a partir de su contacto comercial con las colonias griegas del sur, y la ciudad de Roma tomó el gusto por el vino desde sus orígenes. Las posteriores migraciones de los pueblos griegos condujeron al establecimiento de más colonias en el Mediterráneo occidental, y así fundaron Masalia (Marsella) en el sur de Francia hacia el año 600 a. C., y llevaron por primera vez el cultivo comercial de la vid al país que iba a dominar la producción de vino de calidad durante las épocas medieval y moderna.
Haciendo honor a esta larga historia, la producción y el consumo de vino en Grecia ha continuado hasta nuestros días. Sin embargo, hasta la década de los 90 el país producía mayormente caldos de dudosa calidad, oxidados o con demasiada madera, que obedecían al gusto histórico de sus habitantes y con muy pocas posibilidades de exportación. A partir de dicha década, de la mano del auge mundial del conocimiento del vino, las nuevas generaciones griegas, al igual que en muchos otros países, no tienen tanto aprecio por el estilo tradicional de los caldos del país, con lo que su consumo ha caído notablemente y crecido la producción de vinos de mejor calidad de la mano de bodegas boutique, y hoy en día podemos encontrar ejemplos de vino griego que tienen un cierto reconocimiento, como por ejemplo los de Domaine Carras, que se producen bajo la Denominación de Origen Côtes de Meliton en el norte del país. El viñedo es propiedad del millonario John Carras y su desarrollo estuvo a cargo de Emile Peynaud, uno de los enólogos más reconocidos de Burdeos, y posteriormente de Evangelos Gerovassiliou, alumno de Peynaud. La bodega produce blancos y tintos, que son generalmente livianos y se consumen mejor jóvenes. La única excepción es el producto premium de la casa, que se llama Château Carras, y es un tinto de mucho cuerpo con gran potencial de guarda. Otros vinos de calidad se producen bajo la Denominación de Origen Naousa en Macedonia, y son tintos de la variedad autóctona Xynomavro, siendo los mejores productores Boutaris, Castanioti, Chrisohoou, Château Pegasus y Tsantalis.
Un capítulo aparte de los vinos griegos donde se encuentran varios ejemplos de calidad y cuya producción se remonta, como mencionamos a tiempos antiguos son los vinos dulces. El Moscatel de Samos, producido en la isla del mismo nombre, está considerado como uno de los grandes vinos dulces del mundo, y es seguido de cerca por el Moscatel de Lemnos, también del Egeo; el Moscatel de Rodas, de la isla del mismo nombre; el Moscatel de Patras, producido en el Peloponeso; y algo más atrás en calidad, el Moscatel de Cefalonia, que se produce en las islas Jónicas. Otra opción en vinos dulces son las DO Mavrodaphne, que se producen con la cepa autóctona del mismo nombre, cuyos ejemplos más representativos son el Mavrodaphne de Patras, del Peloponeso y el Mavrodaphne de Cefalonia de las islas Jónicas.
Y, aunque no es uno de mis vinos favoritos, no podríamos cerrar esta crónica de los vinos griegos sin mencionar al vino Retsina, ya que es algo único de Grecia, y su consumo hoy en día, aunque ha disminuido notablemente, continúa siendo muy importante. El vino de Retsina es un caldo blanco que debe contener al menos 85% de la variedad autóctona Salvatiano, al cual se le agrega resina de pino. Como mencionamos anteriormente, la adición de sustancias al vino, entre ellas la resina, data de tiempos antiguos y por eso el gusto en el paladar de los griegos ha permanecido hasta nuestros días. La resina debe provenir de la variedad de pinos Alep o Aleppo, los cuales se cultivan en la región de Atica, y se puede agregar al vino durante la fermentación o posteriormente, siendo la adición durante la fermentación la práctica preferida hoy en día. Hay varios grados de adición de resina que determinan distintos estilos, desde relativamente livianos hasta profundos, y la calidad de la resina de pino también puede variar desde pobre hasta buena, las adición de las mejores resinas determina los mejores vinos de este estilo. El vino resultante está obviamente muy influenciado por el aroma y el sabor de la resina, y hay muchos autores que incluso dejan de considerarlo un vino y lo colocan en el capítulo de los vinos aromatizados, cuyo ejemplo más famoso es el Vermouth. Aunque su consumo fuera de Grecia es raro, en el país sigue teniendo su lugar importante y por su importancia histórica y cultural se encuadra dentro de una Denominación Tradicional, que ha sido reconocida por la Unión Europea y ha restringido su producción a Grecia para evitar copias en otros lugares.
Como mencioné anteriormente este no es uno de mis vinos favoritos y encuentro que en general es la opinión de las personas que no forman parte de la comunidad griega y no están acostumbradas a este estilo. Si se decide a probarlo, definitivamente la mejor opción es con comida de este país, que como tiene un alto componente graso, el aroma y sabor a pino del Retsina puede aportar un componente refrescante que armonice el maridaje